Amor, amor, y otras vez más, amor.



Amor, amor, y otras vez más, amor.
Esto es lo que quiere el Señor de nosotros los últimos: amor. Porque el mundo se lo niega, los hombres desprecian a Dios y sus dones, y el Señor busca corazones vacíos en donde depositar los tesoros infinitos de su bondad. Abramos nuestras almas de par en par para que Jesús derrame en ellas el consuelo de la paz y la alegría. También deberemos sufrir, porque sin sufrimiento no hay amor verdadero, pero nuestro sufrir será dulce porque estaremos seguros de que no es en vano sino que con él rescatamos muchas almas de las manos de Satanás. Todos en este mundo tenemos que sufrir, porque esta vida sobre la tierra es prueba. ¡Pero qué hermoso es saber que con nuestro Ofrecimiento de vida, lo que todos debemos sufrir, nosotros lo hemos ofrecido a Dios para que lo haga centuplicar en frutos, y hacernos merecer mucha más gloria en el Cielo! Digamos como Santa Teresita del Niño Jesús: “Sufrir pasa. Haber sufrido no pasará jamás.” No pidamos el sufrimiento, sino aceptémoslo con resignación cuando nos sobrevenga alguna cruz. Y está bien que le pidamos al Señor que nos lo alivie, porque somos débiles. Pidámosle también que Él sea nuestro Cireneo, que nos ayuda a llevar nuestra cruz de cada día.
¡Que Jesús y María, los dos grandes Últimos, nos bendigan!

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