El Rico en misericordia


El Rico en misericordiaEl Papa Juan Pablo II publicó durante su pontificado muchos documentos que llamaron grandemente la atención. Entre ellos, una encíclica —carta oficial a toda la Iglesia—―que tituló: “Dios, rico en misericordia”. ¿Estaba atinado el Papa al definir así a Dios? Si todos éramos conscientes de que la sociedad de hoy se ha alejado mucho de Dios y, en grandes sectores, ha renegado de la fe, ¿no era más oportuno recordar las amenazas del mismo Evangelio, en vez de endulzarnos demasiado el paladar?...

La Iglesia no se ha callado nunca las palabras con las que Jesús cerrará la historia de los hombres el último día.

A los unos dirá, como una felicitación nunca jamás escuchada: “¡Venid, benditos de mi Padre, a poseer el reino que os está preparado desde el principio del mundo!”. Magnífico, desde luego. Pero a éstas, seguirán otras palabras que constan bien claras, sin equivocación alguna, en el mismo Evangelio:

“Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para Satanás y sus ángeles” (Mateo 25, 34 y 41)

Las dos cosas son verdad, tanto la una como la otra. Y, sin embargo, el Papa optó por llevarnos, y muy acertadamente, por el camino de la esperanza, de la confianza, del amor.

Jesucristo nos dijo que “Dios no envió su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo” (Juan 3,17)Como una confirmación del Cielo, este llamamiento del Papa hacia al Dios rico en misericordia, coincidía con la difusión del mensaje transmitido por una santa paisana suya, la polaca Sor Faustina Kowalska.

Hoy son millones las personas en todo el mundo —y más en nuestra América—, que a las tres de la tarde agarran el rosario para recitar esas letanías de la Misericordia, enseñadas por Santa María Faustina, muerta a sus treinta y tres años en l938.Aquella muchacha le había dicho un día al Señor: -Jesús, yo quiero glorificar tu Corazón reflejando su Misericordia infinita.

A lo que Jesús le respondió más tarde: -Y yo quiero servirme de ti, como secretaria de mi más profundo misterio, y te confío la misión de hacer conocer a todos las riquezas de mi misericordia.

Hoy, es conocida en todo el mundo esa estampa del Corazón de Jesús, trazada por Santa Faustina, en la que Jesús mira de una manera tan inefable, tan dulce, tan irresistible, y de cuyo Corazón salen hacia abajo esas dos bandas de rayos que envuelven en amor a todo el globo, sobre el que se lee la jaculatoria milagrosa:

Jesús, en ti confío.

Milagrosa, porque ha obrado y sigue realizando conversiones

inexplicables.Recordemos ante todo el diálogo delicioso que un día se desenvolvió entre Jesús y su confidente.

Empieza ella: -Señor, te lo he entregado todo; no tengo nada más que ofrecerte.Y Jesús, con un poco de ironía: -¿De veras que me has ofrecido todo? Aún no me has entregado lo que es verdaderamente tuyo.Faustina no entiende: -¡Pero, si no me he guardado nada! ¿Qué tengo que no se lo haya dado a Jesús?Sigue discurriendo, y al fin se rinde: -Dímelo, Jesús, pues yo no lo sé. Yo sólo sé que te he dado todo.Al fin, Jesús: -Faustina, dame tus miserias, tus pecados. Porque esto es propiedad exclusiva tuya.Basada en esta verdad: El pecado es verdaderamente nuestro, porque eso no lo hemos recibido de Dios, Faustina nos da la clave de todo el mensaje, con palabras que le dictó el mismo Jesús.Una: -Que el pecador no tema acercarse a mí. Aunque el alma fuera un cadáver en plena putrefacción, y humanamente no hubiera remedio, yo soy todo amor y misericordia.Otra: -Aunque los pecados de uno sean negros como la noche, al dirigirse a mi misericordia, el pecador me glorifica y honra mi Pasión. Cuando un alma exalta mi bondad, Satanás tiembla delante de ella y huye hasta lo más profundo del infierno.Otra más: -

Los que no crean en mis palabras, ¡que crean al menos en mis llagas!Una última, por no seguir citando más: -Cuando los pecadores se arrepienten, mi generosidad no tiene límites.

Los “persigo” con mi misericordia por todos los caminos. Los mayores pecadores alcanzan una gran santidad cuando confían en mí, y les concedo unas gracias que superan todos sus deseos.¿Son todo esto palabras bonitas de un alma soñadora?... No. Esto no es más que una actualización, para el día de hoy, del mensaje eterno del Evangelio, que nos dice: “No he venido a llamar a los justos, sino los pecadores”.

“No son los sanos quienes necesitan del médico, sino los enfermos”.

“Misericordia es lo que quiero, y no sacrificios” (Mateo 9,12-13)Por eso decimos con el pecador del salmo (50): “Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón contrito y humillado, tú, Señor, no lo desprecias”.

En medio de tanta desesperación como impera en el mundo moderno, el “Dios, rico en misericordia” del Papa, nos cae como rocío refrescante.

Las palabras de una Santa como Faustina, recibidas confidencialmente de Jesús, nos reconfortan.Y lo que Jesús nos dice con su propia boca en el Evangelio, es lo sumo que Dios ha podido decir de Sí mismo respecto de su bondad.

Si discurrimos sobre las palabras del Señor, la enseñanza de la Iglesia y la experiencia de los Santos, vemos que la desesperación no es solamente la mayor ofensa inferida a Dios, sino que es la última necedad del hombre. ¿Puede dar miedo el Corazón más bueno que ha existido, el Corazón de Jesucristo?...

Ese “Jesús en ti confío” del cuadro tan popular, es sabiduría divina, desahogo del alma y un desafío al mismo Jesús: -¿A que si te lo digo, no me pierdo?...

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